martes, 16 de septiembre de 2014

El Evangelio del Día


martes 16 Septiembre 2014

Martes de la vigésima cuarta semana del tiempo ordinario

San Juan Macías

Leer el comentario del Evangelio por
San Ambrosio : Las lágrimas de una madre

1 Corintios 12,12-14.27-31a.

Hermanos:
Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo.
Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
El cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos.
Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese Cuerpo.
En la Iglesia, hay algunos que han sido establecidos por Dios, en primer lugar, como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como doctores. Después vienen los que han recibido el don de hacer milagros, el don de curar, el don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de lenguas.
¿Acaso todos son apóstoles? ¿Todos profetas? ¿Todos doctores? ¿Todos hacen milagros?
¿Todos tienen el don de curar? ¿Todos tienen el don de lenguas o el don de interpretarlas?
Ustedes, por su parte, aspiren a los dones más perfectos.


Salmo 100(99),1-2.3.4.5.

Aclame al Señor toda la tierra,
sirvan al Señor con alegría,
lleguen hasta él con cantos jubilosos.

Reconozcan que el Señor es Dios:
él nos hizo y a él pertenecemos;
somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entren por sus puertas dando gracias,
entren en sus atrios con himnos de alabanza,
alaben al Señor y bendigan su Nombre.

¡Qué bueno es el Señor!
Su misericordia permanece para siempre,
y su fidelidad por todas las generaciones.







Lucas 7,11-17.

Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud.
Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba.
Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: "No llores".
Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: "Joven, yo te lo ordeno, levántate".
El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: "Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo".
El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.



Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por :

San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Sobre el evangelio de San Lucas, V, 89; SC 45

Las lágrimas de una madre

La divina misericordia pronto se deja doblegar por los gemidos de esta madre. Es viuda; los sufrimientos y la muerte de su hijo único la han destrozado… Me parece que esta viuda, rodeada de la muchedumbre del pueblo, es más que una simple mujer que, con sus lágrimas, ha merecido la resurrección de un hijo, joven y único. Es imagen de la misma Iglesia, la cual, por sus lágrimas, en medio del cortejo fúnebre y hasta en el interior del sepulcro, consigue llamar a la vida al joven pueblo del mundo. […]


Porque, por la palabra de Dios, los muertos resucitan, recuperan la voz y la madre recobra a su hijo; este es llamado de la tumba, arrancado del sepulcro. ¿Cuál es esta tumba, para vosotros, sino vuestra mala conducta ? Vuestra tumba es la falta de fe. […] Cristo os ha liberado de este sepulcro; saldréis de él si escucháis la palabra de Dios. Y si vuestro pecado es demasiado grave para que pueda ser lavado con las lágrimas de vuestra penitencia, que intervenga, en favor vuestro, el llanto de vuestra madre la Iglesia. […] Ella intercede por cada uno de sus hijos, como si cada uno fuera hijo único. En efecto, la Iglesia, llena de compasión, experimenta un dolor espiritual y del todo maternal cuando ve que sus hijos son arrastrados a la muerte por el pecado.







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