jueves, 16 de octubre de 2014

El Evangelio del Día


jueves 16 Octubre 2014

Jueves de la vigésima octava semana del tiempo ordinario

Santa Margarita María Alacoque

Leer el comentario del Evangelio por
Baudoin de Ford : «Empezaron a acosarlo y a tirarle de la lengua con preguntas capciosas»

San Pablo a los Efesios 1,1-10.

Pablo, Apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, saluda a los santos que creen en Cristo Jesús.
Llegue a ustedes la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.
Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo,
y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor.
El nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad,
para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido.
En él hemos sido redimidos por su sangre y hemos recibido el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia,
que Dios derramó sobre nosotros, dándonos toda sabiduría y entendimiento.
El nos hizo conocer el misterio de su voluntad, conforme al designio misericordioso que estableció de antemano en Cristo,
para que se cumpliera en la plenitud de los tiempos: reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo.


Salmo 98(97),1.2-3ab.3cd-4.5-6.

Canten al Señor un canto nuevo,
porque Él hizo maravillas:
su mano derecha y su santo brazo
le obtuvieron la victoria.

El Señor manifestó su victoria,
reveló su justicia a los ojos de las naciones:
se acordó de su amor y su fidelidad
en favor del pueblo de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos.

Canten al Señor con el arpa
y al son de instrumentos musicales;
con clarines y sonidos de trompeta
aclamen al Señor, que es Rey.




Lucas 11,47-54.

Dijo el Señor:
«¡Ay de ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus mismos padres han matado!
Así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres: ellos los mataron y ustedes les construyen sepulcros.
Por eso la Sabiduría de Dios ha dicho: Yo les enviaré profetas y apóstoles: matarán y perseguirán a muchos de ellos.
Así se pedirá cuanta a esta generación de la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la creación del mundo:
desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado entre el altar y el santuario. Sí, les aseguro que a esta generación se le pedirá cuenta de todo esto.
¡Ay de ustedes, doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia! No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden.»
Cuando Jesús salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo, exigiéndole respuesta sobre muchas cosas
y tendiéndole trampas para sorprenderlo en alguna afirmación.



Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por :

Baudoin de Ford (¿-c. 1190), abad cisterciense, después obispo
El Sacramento del altar, II, 1

«Empezaron a acosarlo y a tirarle de la lengua con preguntas capciosas»

«Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único» (Jn 3,16). Este Hijo único «se entregó a sí mismo», no porque haya prevalecido la voluntad de sus enemigos, sino «porque él mismo quiso» (Is 53, 10-11). Amó a los suyos, y los amó hasta el fin» (Jn 13,1). El fin es la muerte aceptada por los que ama; este es el fin de toda perfección, el fin del amor perfecto, porque «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).

Este amor de Cristo ha sido, en su muerte, más poderoso que el odio de sus enemigos; el odio tan sólo pudo hacer lo que el amor le permitió. Judas, o los enemigos de Cristo, lo entregaron a la muerte por un malvado odio. El Padre entregó a su Hijo, el Hijo se entregó a sí mismo por amor (Rm 8,32; Gal 2,20). Sin embargo, el amor no es el culpable de la traición; es inocente incluso cuando Cristo muere por amor. Porque tan sólo el amor puede hacer impunemente lo que le parece bien. Tan sólo el amor puede constreñir a Dios y, por decirlo de alguna manera, mandarle. Es el amor lo que le ha hecho descender del cielo y ponerlo en la cruz, es el amor el que ha hecho derramar la sangre de Cristo por la remisión de los pecados en un acto tan inocente como saludable. Nuestra acción de gracias por la salvación del mundo se debe, pues, al amor. Y es él mismo el que nos impele, por una lógica que constriñe, a amar a Cristo tanto como se le ha podido odiar.







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