Cuando Leví se hizo apóstol, Jesús le cambió el nombre por Mateo, lo mismo que había hecho con Simón, a quien llamó Pedro. Mateo era un publicano o recaudador de impuestos, al servicio de Herodes Antipas y del imperio romano. Los maestros de la Ley incluían a los publicanos en la misma categoría que a los asesinos, los ladrones y los impuros. Esto los excluía de la vida social y religiosa en Israel. Una cena compartida con publicanos y pecadores es motivo de controversia entre los fariseos y los discípulos de Jesús. Los judíos tenían muy organizado el detalle de los alimentos que se podían comer, los lugares y las personas con quienes se podía compartir. Esto permitía definir quiénes pertenecían al grupo y quiénes no. Los publicanos estaban excluidos. Jesús rompe con esta lógica excluyente, porque su lógica es la misericordia y la inclusión de los excluidos. Y refuerza su opción evocando al profeta Oseas: "Porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios más que holocaustos" (Os 6,6). El discipulado de Mateo es fruto de la misericordia de Jesús; por esto, a los discípulos de todos los tiempos los definen la misericordia y la cercanía con los excluidos.
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