jueves, 5 de septiembre de 2013

COMER EN FAMILIA

Por: Alfonso Llano Escobar, S.J.


Comer, como tantas otras necesidades de nuestro cuerpo, se puede satisfacer de varias
maneras: a solas, como mera necesidad fisiológica; socialmente, ajustándose a las normas de la
urbanidad; finalmente, en familia, como cristianos, como conviene a hijos de Dios que saben y

confiesan que el Padre del cielo es quien nos da el pan nuestro de cada día. 

Comer es una necesidad de nuestro organismo. La auténtica tradición judeocristiana le
encontrará a la necesidad orgánica de comer una forma que satisface los tres niveles: el
orgánico, el social y el cristiano: comer en familia. Es casi un sacramento, vale decir, una forma
de hacer presente a Jesús resucitado en medio de nosotros. Comer en familia, al menos una vez
al día, eleva esa necesidad material de comer a un acto social y cristiano; se convierte en una
sinfonía de arpegios y melodías prácticamente celestiales. Comer en familia: no se trata ya de un
acto privado y egoísta de engullir rápidamente alimentos como quien en contados minutos llena
el tanque de su automóvil, sino de poner en artística ejecución a la orquesta más humana y
divina que haya creado Dios: la familia. El comedor era y debería volver a serlo, el lugar más
importante de la casa. El centro del hogar, que recoge bajo un mismo techo y alimenta con un
mismo pan a los miembros todos de una familia. La vida moderna, con sus distancias entre
oficina, colegio y hogar; sus múltiples faenas y ruidos, su caótica escala de intereses, acaba con
el comedor, con la comida en familia y, lamentablemente, va acabando hasta con la familia.
Cada hogar, si quiere volver a ser tal, deberá imponerse el deber de sentarse todos los días a la
mesa, por lo menos, una vez al día y, ciertamente, en fin de semana. Todos sentados al tiempo,
sin afanes, radio, televisión ni computadora prendidos, sin partidos de fútbol, prensa ni revista
que distraigan la atención ni el ritmo de la vida en familia. Todos sentados a la mesa
aprendiendo cultura y urbanidad, oyendo las tradiciones familiares, y oyéndose mutuamente lo
que cada uno hace, sufre y goza. Allí, sentados a la mesa, se deben hacer las deliberaciones y
tomar las grandes y pequeñas decisiones de familia. Así, los hijos aprenden a deliberar y decidir,
y a caer en la cuenta de que son importantes en la familia. La vida en familia da seguridad a los
hijos, los aparta de los vicios y las malas compañías, les ayuda a despejar sus dudas religiosas y
morales, les compensa las fatigas del día. Recuerden como fuimos educados los que ya peinamos
canas. Comimos juntos y crecimos juntos. Al calor de los "viejos" bebimos tradiciones, cultura y
amor. Comimos y oramos juntos antes de lanzarnos a la vida, como hombres, a cumplir la
misión que nos asignó el Señor. Jamás se nos ocurrió la fuga hacia el licor, la droga, la calle o la
perdición. El hogar, el dulce hogar, nos educó y nos defendió. Padres de familia: si quieren
formar hijas e hijos seguros, libres de todo mal, educados y valiosos, vuelvan a comer en familia.

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